Los padres como educadores
Un modelo de vida bajo el diseño de la familia
Por: Damaris Pérez López

Cada hombre es responsable de una manera u otra de la sociedad en que vive, y por tanto de la institución familiar, que es su fundamento. Dios nos da el privilegio de ser padres y la responsabilidad de representar su paternidad. Nos encarga la formación a través de cada una de las etapas de crecimiento de nuestros hijos. Somos los llamados a educar, que no es otra cosa que dirigir, capacitar e instruir. El concepto educar en realidad está bastante distanciado de llenar la mente de conocimiento, más bien procura o tiene como finalidad equipar con herramientas de vida que le permitan al niño superar obstáculos y formar su carácter.
En los primeros años de vida, nuestra intervención como padres es vital y a medida que crecen debemos conducir a los niños al desarrollo de una relación personal y directa con Dios. Es importante que como padres entendamos que estamos para modelar la paternidad de Dios y que eso no se logra asistiendo religiosamente a la Iglesia o por que se ocupe una posición ministerial, sino viviendo e interactuando como familia. El tiempo de familia se ve obstaculizado por diversas exigencias impuestas por la sociedad y sus instituciones.
Con el pasar de los años los niños son ingresados a “centros de desarrollo o educativos” a menor edad (siendo aún bebes). El número de hogares donde ambos padres trabajan es cada vez mayor. Las escuelas tienen horarios adaptados para “facilitar” a los padres el que puedan llevar sus hijos más temprano y buscarlos más tarde, a fin de que no se vean afectados en sus trabajos. Muchos niños al salir del horario regular de clases, participan de estudios supervisados o tutorías o de actividades extracurriculares. A esto se le suman las reuniones, actividades y cultos, donde en lugar de trabajar un diseño familiar se segmenta en grupos demográficos (damas, caballeros, matrimonios, jóvenes, niños…). Al final del día, padres e hijos están igualmente cansados y el tiempo para realmente compartir en familia no existe. Se escucha mucho la frase no es la cantidad, sino la calidad de tiempo, pero muchas veces se convierte en un estribillo para calmar nuestra conciencia.
Como cristianos sabemos que Dios es el centro y tiene el primado de nuestras vidas. Tenemos el mandato de cuidar todo lo que nos entregó y administrarlo adecuadamente. Él nos mandó a vivir en este mundo para mostrar a otros su amor y su gloria. Como familias debemos modelar el orden de Dios, ese es su diseño y lo hemos descuidado. Si queremos modelar la paternidad de Dios, no hay modo de hacerlo sin que haya relación y no puede existir relación sino se invierte tiempo con la persona que deseamos relacionarnos. Hay padres que no conocen a sus hijos, sus gustos, intereses, como expresan sus emociones, como piensan. Y posiblemente esos hijos tampoco conocen a sus padres de una forma en la que puedan ver su corazón, pero más importante aún, no logran ver el reflejo de la paternidad de Dios a través de ellos. Dios nos pedirá cuentas por la labor que hagamos como padres, porque nos entrega lo más preciado, sus pequeños, su descendencia, un linaje escogido para que Él sea visto.
Deuteronomio 6 nos habla de que debemos poner por obra y recordar a nuestros hijos (por generaciones), en todo tiempo, los estatutos y mandatos de Dios. Esto no es otra cosa que a través de nuestro modo de vivir, en todo tiempo y lugar. ¿Quieres que sean compasivos, íntegros, amorosos, responsables, dadivosos, pero sobre todo, que Dios sea el centro y gobierne sus vidas? Para esto, como padres, es esencial tener nuestras prioridades alineadas a las de Dios.
Dios hizo a Adán, le creó ayuda idónea (Eva) y así quedo instituido el matrimonio. Dios les mandó que fuesen fructíferos y llenaran la tierra, para dar lugar a la familia. Les dio todo lo que necesitaban para vivir, provisión; solo tenían que cuidar y hacer buen uso de ello, mayordomía. En el Edén estaba la presencia de Dios, allí Adán y Eva tenían una relación cotidiana, de continuo con Él. Dios debe ser el centro de nuestros hogares, lo primero. Él estableció su diseño creando a la primera familia, de donde saldría toda su descendencia.
Me siento convencida que después de establecer el lugar de primado de Dios y reconocer su gobierno sobre nosotros, la prioridad debe ser la familia. Nuestra vida debe estar alineada a lo que Dios nos demanda, no en lo que otros ven, esperan o exigen de nosotros. Hacen falta inversionistas de generaciones, para que se cumpla el propósito eterno de Dios sobre la Tierra bajo el diseño de la familia. Padres, eso no lo lograremos por ser excelentes proveedores, perteneciendo a todos los ministerios o asistiendo a cada una de las actividades de la iglesia institucional. Tu fidelidad a Dios no es sinónimo de horas acumuladas en servicio ministerial, como dedicar tiempo a tu familia tampoco es sinónimo de idolatrarlos. Ambas ideas son el engaño que el espíritu de religión ha usado para detener el plan de redención de Dios. Tu relación con Dios será quien te guía a administrar tu tiempo sabiamente y establecerá lo que necesitas atender o lo que puede aplazarse y hasta descartarse. En ocasiones se tiene el tiempo tan comprometido con cosas que Dios no nos ha mandado hacer, que no hay tiempo para lo que sí son sus mandatos.
La base para una formación o crianza integral es transmitir una herencia, un legado de vida, eso no se logra sin relacionarnos con Dios. Necesitamos alinearnos a los pensamientos de Dios y entender el principio de mayordomía en nuestras vidas. Enseñar lo que no vivimos no trae transformación, Dios nos da hijos para que sean agentes de cambio y espera le modelemos como se hace. Cuando la infidelidad, el egoísmo y la irresponsabilidad de los padres respecto a los hijos son las normas de conducta, toda la sociedad se ve afectada por la corrupción, por la deshonestidad de costumbres y por la violencia. No menospreciemos aquello que Dios estableció para mostrar su gloria y poder sobre cada rincón del mundo. Dios depositó en la familia un potencial multiplicador y de extensión de su Reino.
He aquí, yo y los hijos que me dio el Señor somos por señales y presagio en Israel (PUERTO RICO),
de parte del Señor de los ejércitos, que mora en el monte de Sión.
Isaías 8:18
En los primeros años de vida, nuestra intervención como padres es vital y a medida que crecen debemos conducir a los niños al desarrollo de una relación personal y directa con Dios. Es importante que como padres entendamos que estamos para modelar la paternidad de Dios y que eso no se logra asistiendo religiosamente a la Iglesia o por que se ocupe una posición ministerial, sino viviendo e interactuando como familia. El tiempo de familia se ve obstaculizado por diversas exigencias impuestas por la sociedad y sus instituciones.
Con el pasar de los años los niños son ingresados a “centros de desarrollo o educativos” a menor edad (siendo aún bebes). El número de hogares donde ambos padres trabajan es cada vez mayor. Las escuelas tienen horarios adaptados para “facilitar” a los padres el que puedan llevar sus hijos más temprano y buscarlos más tarde, a fin de que no se vean afectados en sus trabajos. Muchos niños al salir del horario regular de clases, participan de estudios supervisados o tutorías o de actividades extracurriculares. A esto se le suman las reuniones, actividades y cultos, donde en lugar de trabajar un diseño familiar se segmenta en grupos demográficos (damas, caballeros, matrimonios, jóvenes, niños…). Al final del día, padres e hijos están igualmente cansados y el tiempo para realmente compartir en familia no existe. Se escucha mucho la frase no es la cantidad, sino la calidad de tiempo, pero muchas veces se convierte en un estribillo para calmar nuestra conciencia.
Como cristianos sabemos que Dios es el centro y tiene el primado de nuestras vidas. Tenemos el mandato de cuidar todo lo que nos entregó y administrarlo adecuadamente. Él nos mandó a vivir en este mundo para mostrar a otros su amor y su gloria. Como familias debemos modelar el orden de Dios, ese es su diseño y lo hemos descuidado. Si queremos modelar la paternidad de Dios, no hay modo de hacerlo sin que haya relación y no puede existir relación sino se invierte tiempo con la persona que deseamos relacionarnos. Hay padres que no conocen a sus hijos, sus gustos, intereses, como expresan sus emociones, como piensan. Y posiblemente esos hijos tampoco conocen a sus padres de una forma en la que puedan ver su corazón, pero más importante aún, no logran ver el reflejo de la paternidad de Dios a través de ellos. Dios nos pedirá cuentas por la labor que hagamos como padres, porque nos entrega lo más preciado, sus pequeños, su descendencia, un linaje escogido para que Él sea visto.
Deuteronomio 6 nos habla de que debemos poner por obra y recordar a nuestros hijos (por generaciones), en todo tiempo, los estatutos y mandatos de Dios. Esto no es otra cosa que a través de nuestro modo de vivir, en todo tiempo y lugar. ¿Quieres que sean compasivos, íntegros, amorosos, responsables, dadivosos, pero sobre todo, que Dios sea el centro y gobierne sus vidas? Para esto, como padres, es esencial tener nuestras prioridades alineadas a las de Dios.
Dios hizo a Adán, le creó ayuda idónea (Eva) y así quedo instituido el matrimonio. Dios les mandó que fuesen fructíferos y llenaran la tierra, para dar lugar a la familia. Les dio todo lo que necesitaban para vivir, provisión; solo tenían que cuidar y hacer buen uso de ello, mayordomía. En el Edén estaba la presencia de Dios, allí Adán y Eva tenían una relación cotidiana, de continuo con Él. Dios debe ser el centro de nuestros hogares, lo primero. Él estableció su diseño creando a la primera familia, de donde saldría toda su descendencia.
Me siento convencida que después de establecer el lugar de primado de Dios y reconocer su gobierno sobre nosotros, la prioridad debe ser la familia. Nuestra vida debe estar alineada a lo que Dios nos demanda, no en lo que otros ven, esperan o exigen de nosotros. Hacen falta inversionistas de generaciones, para que se cumpla el propósito eterno de Dios sobre la Tierra bajo el diseño de la familia. Padres, eso no lo lograremos por ser excelentes proveedores, perteneciendo a todos los ministerios o asistiendo a cada una de las actividades de la iglesia institucional. Tu fidelidad a Dios no es sinónimo de horas acumuladas en servicio ministerial, como dedicar tiempo a tu familia tampoco es sinónimo de idolatrarlos. Ambas ideas son el engaño que el espíritu de religión ha usado para detener el plan de redención de Dios. Tu relación con Dios será quien te guía a administrar tu tiempo sabiamente y establecerá lo que necesitas atender o lo que puede aplazarse y hasta descartarse. En ocasiones se tiene el tiempo tan comprometido con cosas que Dios no nos ha mandado hacer, que no hay tiempo para lo que sí son sus mandatos.
La base para una formación o crianza integral es transmitir una herencia, un legado de vida, eso no se logra sin relacionarnos con Dios. Necesitamos alinearnos a los pensamientos de Dios y entender el principio de mayordomía en nuestras vidas. Enseñar lo que no vivimos no trae transformación, Dios nos da hijos para que sean agentes de cambio y espera le modelemos como se hace. Cuando la infidelidad, el egoísmo y la irresponsabilidad de los padres respecto a los hijos son las normas de conducta, toda la sociedad se ve afectada por la corrupción, por la deshonestidad de costumbres y por la violencia. No menospreciemos aquello que Dios estableció para mostrar su gloria y poder sobre cada rincón del mundo. Dios depositó en la familia un potencial multiplicador y de extensión de su Reino.
He aquí, yo y los hijos que me dio el Señor somos por señales y presagio en Israel (PUERTO RICO),
de parte del Señor de los ejércitos, que mora en el monte de Sión.
Isaías 8:18